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El Gobierno de la Empresa Familiar en su Punto de Inflexión: Claves para gestionar la transición y proyectar el futuro familiar

Diez preguntas bien formuladas pueden abrir conversaciones indispensables en cualquier empresa familiar: decisiones que se postergan, tensiones silenciosas que pocos se animan a nombrar y sucesiones que avanzan sin un plan. Son situaciones frecuentes, pero difíciles de abordar, no por falta de necesidad sino porque muchas familias simplemente “no encuentran la manera de encarar estos temas de manera metódica y efectiva”.
Publicado martes 9 de diciembre

Diez preguntas bien formuladas pueden abrir conversaciones indispensables en cualquier empresa familiar: decisiones que se postergan, tensiones silenciosas que pocos se animan a nombrar y sucesiones que avanzan sin un plan. Son situaciones frecuentes, pero difíciles de abordar, no por falta de necesidad sino porque muchas familias simplemente “no encuentran la manera de encarar estos temas de manera metódica y efectiva”.

En esta entrevista, Guillermo Pérez Mendoza muestra cómo la evaluación del sistema de gobierno y un Protocolo Familiar bien trabajado pueden transformar la complejidad en acuerdos, previsibilidad y continuidad, brindando a la familia empresaria las condiciones necesarias para decidir mejor hoy, y proyectar su empresa hacia las próximas generaciones.

Las empresas familiares son un componente esencial del tejido productivo argentino: generan empleo, arraigo y una identidad que suele trascender a quienes las fundaron. Pero cuando alcanzan los 30 o 40 años de vida, comienzan a enfrentar desafíos propios de su evolución: crece la complejidad operacional, se amplía la base familiar, y las decisiones estratégicas ya no pueden depender únicamente en la intuición de los socios ni del liderazgo histórico del fundador. No sorprende que más del 70% de las empresas familiares enfrenten riesgos significativos al llegar a esta etapa.

Para analizar esta realidad, conversamos con Guillermo Pérez Mendoza, facilitador de grupos DIRAS (Asociación de Directorios Asociados), colaborador de la Cátedra PwC de Gobierno de las Organizaciones del IAE Business School, y socio fundador de GPM & Asociados, consultora especializada en planificación sucesoria y en el fortalecimiento de los procesos de gobierno de la empresa familiar.

Con una trayectoria corporativa consolidada y más de quince años de trabajo junto a familias empresarias, Guillermo ha sabido integrar experiencia ejecutiva, mirada académica y una metodología respaldada por la práctica. Ha acompañado a empresas familiares de diversos tamaños y sectores, participando en la elaboración de Protocolos de Familia, en la gestión de procesos sucesorios y en la puesta en marcha de directorios profesionales. Su enfoque combina rigor técnico, sensibilidad humana y una convicción firme: la continuidad de la empresa familiar es el resultado directo de buenos procesos de gobierno.

 

1) Desde su experiencia, ¿qué caracteriza el momento que viven hoy muchas empresas familiares con 30 o 40 años de vida?

Las empresas familiares que alcanzan los 30 o 40 años suelen haber superado las etapas de supervivencia y consolidación, pero ingresan en una fase crítica: la de complejidad creciente. La familia se amplía, surgen nuevas ramas, conviven distintos niveles de involucramiento y aparecen expectativas muy diversas entre sus miembros. El modelo fundacional, centrado en el fundador y en decisiones de tipo mayormente personalista, ya no resulta suficiente para sostener la complejidad de esta nueva etapa. Es lo que solemos llamar una zona de transición: el negocio prospera y se vuelve más sofisticado, mientras que el sistema de gobierno permanece diseñado para una etapa más simple. Esta desalineación genera tensiones, decisiones demoradas, falta de claridad en los roles y eventualmente, conflictos que deberían ser evitables. Además, en esta fase se mezclan la satisfacción por lo logrado y construido, posiblemente un cierto cansancio acumulado, y preguntas que no siempre tienen respuestas evidentes: ¿quién liderará la próxima etapa?, ¿cómo se organizará la propiedad?, ¿qué lugar tendrán los hijos y los primos, con edades y recorridos tan distintos? Se trata, en definitiva, de un momento decisivo. La familia puede optar por anticiparse, revisar y profesionalizar su sistema de gobierno para acompañar el crecimiento del negocio y la complejidad familiar; o puede dejar que la inercia marque el rumbo, permitiendo que la siguiente generación herede tensiones no resueltas en lugar de acuerdos claros y una visión compartida.

 

2) Los estudios muestran bajas tasas de supervivencia más allá de la segunda o tercera generación. ¿Por qué se hace tan difícil sostener el proyecto en el tiempo?

Las cifras son elocuentes: la mayoría de las empresas familiares no supera la segunda o tercera generación. Y no es por falta de talento o de esfuerzo, sino porque los desafíos son más complejos y las herramientas de gobierno no evolucionan al mismo ritmo. Las transiciones generacionales son especialmente sensibles: en ellas se redefinen la autoridad, la estructura de poder, la participación en la propiedad y los roles de cada miembro. Cuando estos procesos no se planifican ni se conversan con anticipación, se mezclan emociones, historias pendientes y expectativas legítimas pero divergentes; es aquí donde las viejas certezas empiezan a crujir y provocan ruido. Lo que funcionó en la primera y/o segunda generación (decisiones centralizadas, acuerdos tácitos, conversaciones informales) deja de ser suficiente cuando aumenta el número de socios, los vínculos son menos estrechos, y surgen legítimos proyectos personales a atender. Sin un sistema de gobierno claro, la empresa se convierte en el escenario donde afloran tensiones familiares acumuladas a lo largo del tiempo. El resultado no siempre es un conflicto abierto, pero sí una erosión progresiva de la confianza, de la calidad de las decisiones, hasta que eventualmente también llega a ponerse en juego la continuidad misma del proyecto familiar.

 

3) ¿Por qué los procesos sucesorios suelen ser tan sensibles y conflictivos en las empresas familiares?

En la sucesión se pone en juego todo al mismo tiempo: identidad, poder, reconocimiento, seguridad económica y sentido de pertenencia, etc. Los primeros 30 o 40 años suelen estar dominados por la urgencia operativa (crecer, reinvertir, competir, sostener el trabajo), mientras que la conversación profunda sobre quién continúa, cómo lo hace, y bajo qué reglas consensuadas, suele quedar postergada una y otra vez. Cuando finalmente llega el momento de abordarla, ya existe un desgaste importante y surgen emociones, expectativas y silencios; muchos fundadores reconocen que la primera conversación sobre sucesión suele llegar 5 o 10 años más tarde de lo necesario. El fundador puede sentir dificultad para ceder espacio, mientras que la siguiente generación transita una tensión natural entre la lealtad familiar y el deseo legítimo de dejar su propia huella. A esto se suma una comunicación muchas veces desordenada o poco sistemática sobre temas sensibles: propiedad, liderazgo, remuneraciones, retiro o incorporación de socios, entre otros. Si no existe un marco claro, cada conversación se vuelve personal y cada decisión puede vivirse como un “ganar-perder”. Por eso, la sucesión requiere método, tiempos definidos, reglas explícitas y espacios de diálogo cuidados. No se resuelve con una reunión ni con el simple traspaso de un cargo, es un proceso que requiere rigor profesional, sensibilidad y la previsión de distintos escenarios posibles.

 

4) ¿Cuáles son los temas de mayor impacto que suelen quedar pendientes o mal resueltos durante estos años?

Existe un conjunto de temas que casi todas las familias empresarias reconocen como críticos y, aun así, suelen postergarse. Entre ellos: la transmisión de la propiedad a la siguiente generación; la definición del rol de cada familiar (quién trabaja, quién no y bajo qué condiciones); la distinción entre decisiones familiares y decisiones estratégicas del negocio; los criterios para distribuir utilidades; las reglas de remuneración y beneficios para los ejecutivos familiares; las políticas de información y transparencia entre socios; y los mecanismos de salida para quienes no desean continuar, entre otros. Estos asuntos no son abstractos o teóricos, sino que impactan directamente en la sensación de equidad, en la confianza interna, en la motivación de los involucrados y, en consecuencia, en la salud del proyecto empresarial. Cuando no existen acuerdos explícitos, cada situación se resuelve según la coyuntura del momento, lo que genera percepciones de arbitrariedad y, con el tiempo, incomodidad y desgaste entre los miembros de la familia empresaria, ya que un pequeño desacuerdo hoy puede convertirse mañana en una grieta difícil de resolver. Abordar estos temas no es sencillo, pero sí indispensable. Son decisiones que ordenan el presente y previenen conflictos futuros, permitiendo que la empresa siga creciendo sin resentimientos pendientes ni heridas en el camino.

 

5) Si estos temas son tan importantes, ¿por qué la familia empresaria suele postergar su abordaje?

Aunque parezca paradójico, muchas familias logran sostener un cierto equilibrio relacional precisamente evitando hablar de lo más difícil. En una primera mirada, el consultor suele encontrar un clima de armonía: no hay conflictos visibles porque ciertos temas (sucesión, propiedad, incorporación o salida de socios, etc.), han sido considerados “intocables”. Sin embargo, ese equilibrio es frágil y depende más del silencio que de los acuerdos. Cuando se aproxima un cambio generacional, sea este por edad del fundador, incorporación de hijos o primos, o necesidad de sumar ejecutivos externos, esa estrategia implícita de postergación deja inmediatamente de funcionar. Es habitual que un fundador diga: “pensé que estaba todo claro, hasta que descubrí que cada hijo imaginaba un futuro distinto”. Las preguntas pendientes emergen con fuerza y el temor es que, al abrirlas y plantearlas, se rompa la armonía existente. Aquí es donde la intervención de un consultor especializado aporta significativo valor: no se trata de “sumar problemas”, sino de aportar método, objetividad y un lenguaje común para tratar temas inevitables de manera ordenada, respetuosa y conducente. Cuando estos procesos se abordan con tiempo y profesionalismo, la familia gana en confianza y cohesión. Cuando se evitan, tarde o temprano reaparecen en forma de conflicto y/o parálisis organizacional. Postergar alivia el hoy, pero complica el mañana.

 

6) ¿Cuál es entonces el punto de encuentro posible entre miradas y expectativas tan distintas por parte sus miembros?

Claramente podría afirmar que el principal punto de encuentro es la construcción de un propósito común de empresa familiar, uno que trascienda los intereses individuales y también la historia pasada. No basta con enunciarlo: ese propósito necesita ser compartido, comprendido y traducido en decisiones concretas. Implica responder entre todos preguntas de alto impacto: ¿para qué queremos seguir siendo una empresa familiar?, ¿qué tipo de organización queremos legar a la siguiente generación?, ¿qué estamos dispuestos a hacer (y también a dejar de hacer), para preservar la unidad y asegurar el futuro? El propósito común actúa como un puente entre generaciones. Cuando la familia logra articular un propósito que inspira y motiva, los temas difíciles se vuelven más abordables, porque dejan de discutirse desde la coyuntura y empiezan a analizarse a la luz de un horizonte mayor. Ese propósito compartido se convierte en el marco de referencia para definir políticas, reglas y establecer órganos de gobierno; es la brújula que permite orientar decisiones en medio de la complejidad. Sin un propósito común, cualquier acuerdo es frágil. Con él, la familia cuenta con un norte claro para atravesar los tiempos de cambio con coherencia, serenidad y sentido de proyecto.

 

7) ¿Cómo se traduce ese propósito en herramientas concretas de gobierno? ¿Qué lugar ocupa el Protocolo de Familia?

El propósito se vuelve operativo cuando se transforma en acuerdos explícitos y en órganos de gobierno que los hagan vivir en la práctica. En ese proceso, el Protocolo de Familia ocupa un lugar central. No es un simple documento, sino el resultado de un trabajo profundo de reflexión y consenso entre los accionistas actuales y futuros. En el Protocolo se integran decisiones sobre la transmisión del patrimonio, los criterios de incorporación de familiares, las reglas de autoridad y sucesión, los espacios formales de diálogo y decisión, las políticas de información y los mecanismos de resolución de conflictos. Un buen Protocolo no pretende regularlo todo, sino establecer un marco estable y previsible que ordene la interacción entre familia y empresa. Su elaboración permite identificar acuerdos que existían de forma implícita y transformarlos en pautas claras, completándolos, integrándolos y evitando contradicciones o vacíos que suelen generar tensiones. Podemos afirmar que el Protocolo de Familia es la herramienta de gobierno adecuada para sostener el proyecto familiar en un contexto crecientemente más complejo, profesionalizado y multigeneracional. Las familias que cuentan con esta herramienta suelen evitar conflictos innecesarios, y tomar mejores decisiones en menos tiempo y con menor desgaste.

 

8) Muchos dueños se preguntan: ¿cuál es el verdadero “costo” de encarar este tipo de procesos?

El mayor costo no es económico, sino personal. El fundador o accionista controlante suele necesitar “negociar consigo mismo”: aceptar que el futuro exige abrir conversaciones postergadas, compartir información, ceder espacio y redefinir su propio rol. Ese movimiento interior despierta temores legítimos: perder control, quedar al margen o sentirse reemplazado. Sin embargo, la experiencia muestra que ese “costo” se compensa ampliamente cuando el proceso se trabaja bien. Por un lado, disminuyen los riesgos de conflicto y aumenta la previsibilidad; por otro, el fundador redefine su rol y gana tranquilidad al dejar un marco claro, en lugar de delegar el futuro a lo que simplemente “vaya surgiendo”. El costo de no hacer nada suele ser mucho mayor: sucesiones improvisadas, tensiones entre hermanos o primos, freno al crecimiento, pérdida de talento, e incluso, en casos extremos, la ruptura del proyecto. He visto empresas que perdieron años valiosos por aplazar conversaciones clave; la inacción es muchas veces la decisión más riesgosa. No es exagerado afirmar que, cuando se demora innecesariamente el proceso sucesorio, es el propio fundador, o el grupo controlante, quien termina fijando el techo del desarrollo de la empresa, o incluso poniendo en riesgo su continuidad.

 

9) Antes de elaborar o actualizar un Protocolo, ¿por qué es tan importante realizar una evaluación detallada del sistema de gobierno vigente?

Ningún médico responsable prescribe un tratamiento sin un diagnóstico previo; en el gobierno de la empresa familiar ocurre exactamente lo mismo. Cada familia tiene una historia, una estructura patrimonial, una cultura y un nivel de madurez propios. No es comparable el caso de un fundador que planifica el traspaso a tres hijos con vínculos sólidos, con el de un grupo de primos de cuarta generación con intereses divergentes y grados muy distintos de involucramiento. Una evaluación estructurada permite identificar con precisión fortalezas, vacíos y prioridades: ¿es más urgente ordenar la propiedad?, ¿fortalecer el directorio?, ¿clarificar el esquema de remuneración y beneficios de los familiares que participan en la gestión?, ¿o mejorar los canales de diálogo entre ramas? Antes de escribir, hay que saber escuchar para comprender sobre la situación en particular y evitar errores frecuentes: copiar modelos ajenos, abordar temas complejos sin preparación adecuada o diseñar acuerdos que nadie siente realmente propios. Partir de un buen diagnóstico es lo que garantiza que los temas del Protocolo y el sistema de gobierno que surja del proceso, sean realmente a medida, pertinentes y útiles. Esa es la diferencia entre construir un instrumento vivo que ordena y guía, o generar un documento estándar destinado a quedar olvidado en un cajón. El diagnóstico no retrasa, sino que acelera el proceso correcto.

 

10) Para un dueño de empresa familiar que se siente interpelado por estos temas, ¿por dónde empezar, y qué evitar?

El primer paso es salir del modo automático: dejar de asumir que “si hasta ahora funcionó, no hay nada que revisar”. A partir de ahí, recomiendo tres acciones concretas.
Primero, promover un programa de formación continua para los accionistas actuales y futuros en temas de gobierno, propiedad y sucesión. La calidad de las decisiones depende, en gran medida, del nivel de comprensión que tengan los dueños sobre su rol. Segundo, realizar una evaluación detallada del sistema de gobierno vigente, con metodología adecuada al caso, que permita obtener un diagnóstico claro y compartido sobre dónde están los riesgos y las oportunidades de mejora. Tercero, utilizar ese diagnóstico como base para diseñar o actualizar el Protocolo de Familia y los órganos de gobierno que posibiliten hacerlo operativo en lo concreto de cada día. ¿Y qué evitar? Al inicio del proceso será cuestión de no exige perfección, sino solo decisión e implementación “de los acuerdos posibles”. Luego habrá que evitar minimizar las señales de alerta, postergar indefinidamente las conversaciones difíciles, o creer que este camino puede recorrerse sin método y solo con buena voluntad. La invitación es pasar de la preocupación a la acción: dar el primer paso, aunque éste sea acotado y preliminar, hacia un sistema de gobierno que proteja la armonía familiar, promueva a las personas, y fortalezca la continuidad del negocio. Lo importante es comenzar, aunque sea con algo pequeño y manejable.

La experiencia demuestra que las empresas familiares rara vez fracasan por falta de capacidad empresarial. Lo hacen, más bien, por la ausencia de acuerdos claros y de sistemas de gobierno capaces de acompañar su crecimiento. La continuidad depende del buen gobierno: conversaciones difíciles realizadas a tiempo, roles definidos con precisión y decisiones tomadas dentro de procesos confiables.

Cuando la familia empresaria ingresa en una etapa de mayor complejidad, se vuelve indispensable incorporar nuevas herramientas: evaluar la efectividad del sistema de gobierno actual, identificar los desafíos estructurales y construir acuerdos que aporten previsibilidad, equidad y estabilidad. No se trata de modificar la esencia del proyecto, sino de protegerlo, ordenarlo y prepararlo para integrar a la próxima generación.

Como se ha señalado, el mejor momento para fortalecer el gobierno es cuando la familia aún puede conversar sin urgencias. El camino es claro y accesible para todas las familias empresarias: evaluar, acordar, implementar. Las que lo transitan ganan claridad, cohesión y mayor competitividad en sus negocios.

Porque, en definitiva, el mejor legado que el fundador, o la generación precedente, puede dejar no es solo una empresa sólida, sino una familia preparada para sostenerla; un sistema de gobierno que mantenga unida a la familia empresaria y permita que el proyecto familiar permanezca vivo y trascienda en el tiempo.

 

Guillermo Pérez Mendoza

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