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Un país normal

Guillermo Fraile
Profesor de IAE Business School, Universidad Austral
Publicado jueves 7 de diciembre de 2023

En un tiempo de cambios como el actual, para afrontar los desafíos es importante conocer qué bases de nuestro comportamiento no estamos dispuestos a negociar. Desde la comunidad más básica -la familia- hasta la más amplia -la sociedad-, pasando por las empresas y los grupos de afinidad (deporte, arte, etc.), los puntos en común son los apoyos para interactuar en el largo plazo.

Estas comunidades, que se organizan a través de personas que interactúan con un fin específico, generan mayor o menor aprendizaje por parte de quienes las componen. Surgen así dos tipos extremos en el modo de organizarse que podemos llamar de un estilo más transaccional a una más generadora de aprendizajes.

En la primera, el aprendizaje no es un elemento relevante del desarrollo de las personas. Las relaciones entre quienes la componen son de oferta y demanda. El trabajo es considerado una mera mercancía que se ofrece y adquiere en el mercado a un determinado precio por cierto tiempo. El criterio de vinculación entre empleado y empleador está dado por la eficacia: si alguna de las partes nota que la otra no satisface sus expectativas, la relación concluye. La oferta y demanda permanente de talentos para determinados trabajos en un mercado cambiante hace que aparezcan cada vez más empresas de servicios que generan relaciones cortoplacistas, donde el aprendizaje y crecimiento personal pueden estar amenazados.

En cambio, en las organizaciones generadoras de aprendizajes, existe un proceso que tiene como objetivo el desarrollo de la organización y, por ende, de sus miembros (no hay uno sin el otro). Se crea entonces un círculo virtuoso, donde el mismo proceso sirve de contraseguro para mantener la dinámica. En estos casos, la empresa está más apoyada en procesos, modos de relacionarse, culturas, identidades, que en individualidades. Donde hay procesos se genera un aprendizaje que está por encima de las personas que componen la organización. Las personas mejoran los procesos de manera sucesiva y lenta para que todos puedan absorber las innovaciones. El aprendizaje demanda una incorporación de hábitos (aprendizaje interno) que no se logra con cambios frecuentes, bruscos e inesperados en el modo de trabajar. El logro más ambicioso de una empresa generadora de aprendizajes es que sus miembros aprendan a crecer con su trabajo y entiendan que es un medio de mejora personal y familiar idóneo. Juan Pablo II afirmaba que la “finalidad de la empresa no es simplemente la producción de beneficios, sino más bien la existencia misma de la empresa como comunidad de personas que, de diversas maneras, buscan la satisfacción de sus necesidades fundamentales y constituyen un grupo particular al servicio de la sociedad entera”. En las empresas generadoras de aprendizajes, se produce un puente de interés común en la relación del empleado con el empleador.

¿Qué tienen en común las personas de las organizaciones más trascendentes, con una impronta más sólida para afrontar desafíos de cambios actuales?. Un estudio de IAE Business School arrojó que algunas características comunes de estas personas son:

  • Amor por su trabajo y vocación profesional.
  • Conocimiento propio de capacidades y limitaciones para hacer más amable el modo de convivir.
  • Mejora del ambiente de convivencia (infraestructura).
  • Reconocimiento de que hay un orden jerárquico en la comunidad donde se relacionan.
  • Elevado nivel de confianza mutua en querer buscar el bien común.
  • Adhesión a un proceso –explícito o no– que facilita el trato entre las personas y que todos aceptan como medio de mejora.
  • Interés por el mundo personal de quienes participan en esa comunidad.
  • Actitud de querer compartir conocimientos como base del aprendizaje colectivo.
  • Desarrollo de sistemas informales de interacción que facilitan la amistad y la confianza.
  • Poca voluntad de cambiar de trabajo ante mejores ofertas externas.


Estas características que viven las empresas con una identidad orientada al bien común están muy alineadas con las de una comunidad familiar, donde la unidad está dada por fines elevados y la búsqueda del bien de todos.

Un país es una gran comunidad de personas que se forma a través de relaciones entre familias, empresas, instituciones sin fines de lucro, grupos religiosos, actividades sociales, etc. La dinámica de esas interacciones puede enriquecer de manera extraordinaria a cada uno de sus habitantes si existe un fin común: el bienestar general. El orden social no es más que saber colocar cada cosa en su lugar según su rol específico. La mejor melodía no sólo la producen los mejores músicos, sino también su capacidad de tocar en el momento adecuado. Ese orden permite a los ciudadanos disfrutar de dos bienes sociales imprescindibles en la sociedad: la seguridad y la libertad. Las sociedades seguras son más libres. Los miedos quitan grados de libertad. Ser dueño de las propias acciones es lo más importante que puede tener un ser humano. Ser libre no es vivir sin medida, sino saber elegir lo que hace bien a todos y cada uno. Los gobernantes tienen la enorme responsabilidad de unir a la ciudadanía y evitar relaciones transaccionales, acuerdos espurios y hegemónicos. Deben promover, con el ejemplo y la legislación, el orden público, único camino para vivir en paz. Así, sin duda, llegaremos a ser un país normal.


*Por Guillermo Fraile, Profesor de IAE Business School, Universidad Austral