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Catedra Gobierno de las Organizaciones

Gobernanza en una coalición

En esta oportunidad los pasajeros y amigos de la línea 102 hablan del arreglo entre dos facciones para compartir el poder de un club. En sus cabezas repica la idea de que la institución necesita, cada vez más, poder confiar en la mejor de las intenciones de sus nuevos dirigentes para recrear sus glorias pasadas.
Publicado martes 26 de marzo

En el bar de la sede de Palermo del club de sus amores, los amigos habituales pasajeros de la línea 102[1] comparten un almuerzo un sábado después de jugar un partido de dobles de tenis con sus compañeros habituales. Los otros tenistas, prudentemente, dejaron a los representantes de las listas amarilla y violeta, ya instalados en la CD del Club, a su habitual y ampliamente conocido hábito de diálogo y debate. Esta vez arranca el contador.

“Ingeniero, estamos en marzo y aunque ya conseguimos armar la comisión directiva, estamos todavía sin subcomisiones de deporte, sin subcomisiones de sede. Nadie quiere hablar de coalición”, dice el contador pro-violeta.

“Shhhhhhhhhhhhh”, se desespera el ingeniero amarillo. “Acordate de que estamos en público, no podemos usar la sala de reuniones de la CD”.

“Es difícil entender por qué no podemos usar la sala. Ya tuvimos que armar el listado de la comisión por una cuestión estatutaria y las dos listas hemos decidido trabajar juntos por el bien del club. Sin embargo, no hay ninguna subcomisión ni nombrada ni en funciones. Para el verano en forma interina nombramos un delegado de la CD por las grandes sedes.”

“Tu presidente, ahora el mío y el de todos, gritó en forma desaforada en la última reunión de CD que no quería que nos vieran pegoteados, porque los violetas rompen con la alternancia de las listas más tradicionales. Y concluyó que no podríamos usar ninguna sala destinada a la CD o a sus subcomisiones a menos que hubiera reuniones formales”.

“A veces resulta un poco impresentable, hasta para sus propios apoyos…”

“Pero todos saben que vos y yo somos el tesorero y el secretario” acotó el ingeniero.

“Y otra vez me viene a la mente la flor de metáfora, aunque nuevamente por una fuente distinta…”, agrega el contador.

“Volvé a nuestra realidad más mundana. Somos tesorero y secretario. Somos amigos de la infancia. Jugamos juntos al tenis hace décadas. No seamos paranoicos. Hablemos lo que haya que hablar, sin perseguirnos”.

“Qué sano sería poder comportarse así”.

“Pero no estamos en la Rusia de Putin, mi amigo. Vamos…”

El mozo interrumpe la conversación trayendo dos cortados en jarrito y el contador pide la cuenta.

“Vamos a revisar conceptos. Empecemos por coalición. En general se entiende que se trata de un arreglo entre dos facciones para compartir el poder” sugiere el ingeniero.

“Pero eso suena a una camándula. Nosotros vinimos para romper con cualquier camándula”.

“También quieren construir el club del 2050. Y para eso necesitan a muchos amarillos que tienen experiencia concreta de haber dirigido al club. Lo hemos discutido y lo sabemos. Ninguno de nosotros puede predominar solo en la Asamblea de Delegados”.

“Esa es una amenaza indirecta. No todas las decisiones pasan por los delegados. Pero reconozco que me preocupa que todavía no haya subcomisiones en funcionamiento”.

“OK. Retomo. Una coalición necesita un equilibrio de Nash, es decir, que las partes acepten compromisos que implicarán no obtener todos sus objetivos o sus objetivos de máxima en varios campos. Y peor: lo usual es que la coalición emita un documento programático al que todos sus miembros se comprometen a aplicar en la gestión. Estamos muy lejos de eso”.

“Pero no ves que eso es precisamente la camándula…” bramó el contador, fuera de su repertorio.

“Tenga mano, contador. Baje la voz y relaje el tono. No se me contagie de su líder, caramba.”

Después de un paréntesis en que el mozo trae la cuenta y los amigos del 102 arreglan pago y propina, sigue el diálogo.

“O sea, me decís que sin un acuerdo documentado no puede haber coalición”.

“Y no. La gestión está llena de trampas y problemas. Y si bien el acuerdo tiene que ser programático, es decir, general y flexible – algo tiene que haber por escrito para guiar nuestra conducta en las distintas responsabilidades. ¿Queremos muchos socios nuevos? ¿Cómo podemos desendeudar a un club que antes fue un ejemplo de gestión financiera? Si no nos ponemos de acuerdo, mal podremos actuar en sintonía”, razonó el ingeniero.

“Estás hablando de compartir el ejecutivo, y no de una coalición de tipo legislativa en que el apoyo se limita a actuar coordinadamente en un cuerpo deliberativo como la Asamblea de Delegados”.

“Y sí, el estatuto es suficientemente ambiguo como para permitirnos armar cualquier CD con tal de que la apruebe la Asamblea. Y nosotros armamos una comisión con miembros de las dos listas cuando esto no era absolutamente necesario. Así que implícitamente nos lanzamos a una coalición de gobierno”.

“Bueno, acepto esta diferencia y me doy cuenta de que no alcanzaría con un acuerdo de apoyo en la Asamblea de Delegados. Muchos amarillos conocen en detalle la gestión del club”.

“Me alegro. Ahora te quiero hacer otra aclaración. Nosotros nos equivocamos al asignarnos los cargos porque nos apuramos y no pensamos bien. Yo he estado leyendo algunos artículos de politólogos y varias investigaciones coinciden en que los acuerdos programáticos son más extensos y detallados en la medida en que cada parte no ha asumido las funciones que más deseaba. Los violetas juran por el equilibrio financiero del club y están dispuestos a torcer reglas para conseguirlo. Los amarillos estamos preocupados por la institucionalidad y la amistad entre los socios. El tesorero es amarillo, el secretario es violeta”.

“Hicimos al revés…”

“Y sí…”

“Pero cumplimos también una necesidad de equilibrio político. En la Asamblea de Delegados estamos bastante parejos…”

“Perfecto, pero si no ponemos en papel las coincidencias que tenemos ahora al partir, después la gestión se va a embrollar. Lo cuenta la historia de los gobiernos de coalición, mayoritariamente con ejemplos europeos. Un policy brief[2] del sudafricano William Gumede argumenta que, con buena gobernanza, las coaliciones han sido fuentes de estabilidad política en los países africanos que se pueden considerar exitosos. Así que no nos limitemos al análisis de sociedades europeas con siglos de tradición de buena gobernanza pública”.

“Wow. El ingeniero humanista cada vez más lejos de sus orígenes intelectuales”.

“El tema está bastante investigado y pensado. Nosotros le hemos dado la espalda a conceptos que ya están muy elaborados. Tanto en el nivel de nuestro club como a nivel del gobierno nacional…”

“Otra vez la flor de metáfora en juego”, musitó el ingeniero.

“Sí, pero tampoco es muy distinto del juego de poder que se da entre bloques de accionistas en una sociedad anónima, cotizante o no. Así que podemos aplicar muchas de las lecciones de gobernanza aprendidas en un sentido o en otro; tanto a las empresas como al gobierno y al tercer sector”, apuntó el contador.

“Che, y ya que volvimos al mundo de la empresa, ¿cómo anda la saga de la empresa familiar?”

“Eso es otra historia para un próximo café, querido amigo”, cerró el contador.

Habiendo ya pagado la cuenta, ingeniero y contador se dirigen a sus autos para volver a sus departamentos respectivos. Personas consistentes, no van a romper la tradición del 102 con la traición de subirse al 37[3]. En sus cabezas repica la idea de que el club necesita cada vez más poder confiar en la mejor de las intenciones de sus nuevos dirigentes para recrear sus glorias pasadas.

 

[1] Línea de transporte urbano en la ciudad de Buenos Aires.

[2] “Improving coalition governance”. Policy Brief 46. The Democracy Works Foundation.

[3] Línea de transporte urbano en el área metropolitana de Buenos Aires.