Por distintas razones, las ideas de Francisco y El Eternauta se hicieron visibles. Ambas tienen la misma música de fondo. Nadie se salva solo. La salida es el encuentro.
En El Eternauta, la historia nos muestra cómo, frente al desastre, la primera reacción, incluso del protagonista, Juan Salvo, es el egoísmo, creyendo ilusamente que pueden salvarse solos o que los otros molestan. Sin embargo, lo que enseña este clásico es justamente lo contrario: la única salida real es colectiva.
El Eternauta nos interpela porque frente a una amenaza externa, la primera reacción puede ser encerrarnos en nosotros mismos, proteger lo que tenemos y olvidar a los demás. Pero esa estrategia termina siendo inútil. Nadie puede resistir aislado, nadie puede sobrevivir en soledad. Ana –la esposa de Juan- le dice: cómo te gustaría que traten a Clara –su hija- si estuviese con otras personas. Pone así también de relieve que la colaboración siempre es mejor pensando que, en cualquier momento, es uno quien puede caer en desgracia (sería como un tipo de empatía social).
Juan Salvo se transforma –más allá de la primera reacción- en un héroe ordinario precisamente porque comprende la importancia de cooperar, de aprender de los demás, de unir fuerzas con vecinos, amigos e incluso desconocidos. No hay héroes solitarios en la obra de Oesterheld, porque la realidad —incluso en su versión más fantástica— muestra que los problemas grandes sólo pueden enfrentarse juntos.
Esta idea también es central en la 'cultura del encuentro' que impulsó el Papa Francisco, quien insistió en la importancia de construir puentes en lugar de levantar muros, apostando por el diálogo, la comprensión mutua y la solidaridad activa como bases para enfrentar juntos los desafíos que nos plantea el mundo actual. Francisco hablaba de construir la sociedad desde las periferias, sociales y existenciales. En esos límites, como en una invasión extraterrestre, es dónde se juega quiénes somos.
Marcados por crisis económicas, sociales y ambientales esta metáfora es poderosa. Frente a la incertidumbre, parece sencillo caer en la tentación del individualismo, cerrando puertas y levantando muros imaginarios. Pero en ese intento egoísta olvidamos algo esencial: la cadena siempre se corta por el eslabón más débil. El que descartamos es el que más necesitamos para fortalecer el sistema, para resistir de forma íntegra, humana.
La pandemia del COVID-19 fue quizá una de las pruebas más visibles de este principio. Enfrentados a un desafío global, frente a una ciudad vacía (como en la serie) aprendimos duramente que nadie está seguro hasta que todos lo estemos. La tragedia iguala. El egoísmo mostró rápidamente sus límites y se hizo evidente que solo la solidaridad y la cooperación pueden protegernos verdaderamente.
En tiempos de muros, de bloqueos, de meritocracias extremas, que estos dos eventos (el fallecimiento del Papa Francisco y el estreno de la serie El Eternauta), bien argentinos, hayan coincidido en el tiempo es una buena metáfora para pensar en los desafíos que tenemos como sociedad.
Me gustaría no olvidarme que este rescate de lo colectivo no es en contra de la dimensión individual. Es más, es a su favor, es en el entendimiento profundo de que lo colectivo es la representación profunda de la interdependencia en la que vivimos y que las personas desplegamos nuestro potencial en las comunidades en las que estamos. Una empresa crece en un contexto ordenado; una persona se desarrolla y despliega su potencialidad en un contexto de cuidado y desafío. Las cosas pasan, siempre, en un ecosistema. A veces sobrevaloramos el triunfo o fracaso individual porque subvaloramos lo intersubjetivo, lo contextual.
En esta tensión reside lo paradójico, lo ambiguo, como un misterio, sobre lo cual siempre queremos llegar a síntesis imposibles, tales como que todo reside en el esfuerzo individual o todo depende de dónde se haya nacido. Lo paradójico, lo ambiguo, lo misterioso es también una realidad sobre la que se construyen las sociedades. Desde ese lugar incómodo de una invasión o de un muro levantado es desde dónde hay que pensar el contrato social.
Fuente/Copyright: Alberto Willi - Clarín