En 2024 Argentina tuvo un superávit de cuenta corriente equivalente al 1% del PIB. Pero hace poco se conoció que el saldo del primer trimestre fue negativo en casi USD 5.200 millones y esto contrastó notoriamente con los cuatro trimestres del año pasado, cuando los saldos fueron positivos y le permitieron al país acumular un superávit anual de USD 5.700 millones.
Cada vez que la cuenta corriente se vuelve deficitaria saltan las alarmas. Y el análisis fluctúa, casi sin puntos intermedios, entre algunas opiniones que minimizan la magnitud del problema (como el ministro de Economía) y otras que llegan a anticipar una crisis externa. Lo cierto es que con alta probabilidad el resultado final de la cuenta corriente en 2025 será negativo, aunque las proyecciones difieren bastante en cuanto al valor en dólares.
Cuando un inversor evalúa los datos macroeconómicos de un país, el saldo de cuenta corriente normalmente forma parte del grupo de indicadores más significativos (junto con el crecimiento del PIB, la inflación, el desempleo, el resultado fiscal y otros). Es muy importante, por lo tanto, tener claridad conceptual sobre lo que se está midiendo y, sobre todo, sobre la interpretación de su resultado.
¿Qué mide la cuenta corriente? Contablemente, la suma del saldo de la balanza comercial (es decir, la diferencia entre las exportaciones y las importaciones de bienes y servicios), los pagos netos a los factores (intereses, dividendos, remesas) y las transferencias netas. En Argentina y en la mayor parte de los países del mundo la balanza comercial explica una proporción significativa de la cuenta corriente, tal como lo indica el gráfico (ambos indicadores están medidos en % del PIB). Desde esta perspectiva, el déficit del primer trimestre se explica por una fuerte caída del superávit en el comercio de bienes y un aumento notable en el déficit en servicios (con un fuerte aporte de los gastos en turismo).
Desde una mirada más amplia, un déficit indica que el país está gastando más de lo que genera y que ese exceso se financia con ahorro externo. Un superávit tiene la interpretación contraria. Ahora bien: ¿sorprende el resultado del primer trimestre? No, y, de hecho, era esperable. El desmantelamiento del cepo cambiario (aunque aún incompleto), la apertura comercial, la desregulación de la economía y el rebote de la actividad económica presionan al alza las importaciones de bienes. Y a ello se suma el tipo de cambio, con algún nivel de atraso, que impulsa al alza las importaciones y no favorece las exportaciones.
¿Un déficit de cuenta corriente es necesariamente un problema? La respuesta a esta pregunta no es tan simple porque, como casi todo en economía, depende del contexto y de la situación macroeconómica en general. La magnitud es importante: no es lo mismo un déficit del 1% del PIB que uno del 5%. Siempre es relevante que estos indicadores, que están medidos en dinero, se expresen con relación al tamaño de la economía para corregir distorsiones que se derivan de modificaciones en el tipo de cambio y para poder realizar una comparación entre países. Entre 1990 y 2024 la economía chilena creció a una tasa promedio del 4,2% y Corea lo hizo al 4,8%. Y en ese mismo período, Chile tuvo un déficit promedio en cuenta corriente equivalente al 2,1% del PIB mientras que en Corea se registró un superávit promedio del 2,2%. En principio, el déficit de Chile no parece haber sido un obstáculo para crecer ni mucho menos haber generado crisis en esa economía. Lo números pueden ser más contundentes aún. Brasil acumula 18 años consecutivos de déficit; Colombia, 24; Chile, 14. Lo normal parece ser, entonces, que economías como las latinoamericanas tiendan a registrar déficits de cuenta corriente y no superávits.
Por otra parte, un déficit puede indicar, por ejemplo, que una economía utiliza capital extranjero para invertir en infraestructura, tecnología o capital humano, aumentar la productividad y devolver esos recursos en el futuro mediante mayores exportaciones. Este es el caso de Chile y Corea. El problema aparece cuando el déficit de cuenta corriente no financia inversión productiva, sino consumo corriente. En ese contexto, puede volverse insostenible y el país pasa a depender de flujos de capital volátiles, las reservas internacionales se agotan y los mercados pierden confianza. En ese escenario las crisis de balanza de pagos no tardan en llegar, como la Argentina ha experimentado más de una vez.
Un superávit en cuenta corriente tampoco es garantía de salud económica. Puede ser el resultado de una fuerte competitividad exportadora, pero también puede reflejar una demanda interna deprimida o la falta de oportunidades de inversión local, como ocurre en algunos países con poblaciones envejecidas que tienden a ahorrar más de lo que gastan. Alemania es un buen ejemplo del primer caso: superávit ininterrumpido desde comienzos de la década de 2000 (6,1% del PIB en promedio). Japón ejemplifica el segundo caso: superávit ininterrumpido desde comienzos de la de década de 1990 (2,8%).
La sostenibilidad de un déficit depende de su tamaño, su composición y del acceso a financiamiento externo. Déficits moderados, financiados con inversión extranjera directa y orientados a sectores productivos, son sostenibles. Pero déficits elevados, financiados con deuda de corto plazo y sin una estrategia de crecimiento detrás, terminan colapsando.
¿Hay relación entre la cuenta corriente y el resultado fiscal? Sí. Y por eso se habla de déficits (o superávits) "gemelos". Para comprender esta relación es importante volver a la cuestión del ahorro, la inversión y la cuenta corriente. El ahorro de un país puede ser privado o público. Cuando el gobierno tiene superávit fiscal, aumenta el ahorro y, por eso, es más probable que el país tenga superávit de cuenta corriente. No obstante, esto no significa que esta relación sea perfecta. De hecho, el FMI proyecta un superávit fiscal del 0,4% del PIB para este año (incluyendo pago de intereses) y un déficit de cuenta corriente de una magnitud muy similar.
En síntesis, el resultado de cuenta corriente es muy importante. Pero su interpretación depende de numerosos factores, tanto en lo que respecta a su dimensión como a los elementos que lo explican. En el caso argentino, es demasiado pronto para anticipar que el país puede tener un problema a mediano plazo. Mucho dependerá de lo que ocurra con el crecimiento, con el tipo de cambio e incluso con el contexto internacional.
Fuente/Copyright: El Cronista - Lucas Pussetto