Revista Alumni

Reflexiones sobre la competitividad en la Argentina

Luego de 70 años de atraso, la participación del país en el comercio global en estas primeras décadas del siglo no ha variado
Publicado miércoles 7 de febrero de 2018

Luego de 70 años de atraso, la participación del país en el comercio global en estas primeras décadas del siglo no ha variado

Por Eduardo Fracchia

Según cifras preliminares del intercambio comercial argentino, el país habría exportado en 2017 bienes por un valor equivalente a varios años atrás, marcando un claro estancamiento que es preocupante. Un panorama internacional favorable a nuestra producción agropecuaria con precios razonables de los commodities debería ser el impulsor de progreso en el sector externo después de la época de “viento de cola”.

Sin embargo, la participación de las exportaciones en el producto a lo largo del período kirchnerista no experimentó una dinámica creciente. Por el contrario, el ratio se mantuvo estable mostrando que la estructura productiva argentina no ha sido capaz de adaptarse lo suficientemente rápido a los cambios para aprovechar las oportunidades que se plantean en el mundo. La participación argentina en el comercio global en estas primeras décadas del siglo tras 70 años de retroceso no ha variado.

Al hablar de inserción exportadora, es inevitable hacer mención al tipo de cambio. Es cierto que las devaluaciones permiten impulsar el sector externo al provocar un cambio sustancial en los precios relativos a favor de los bienes transables. Pero las devaluaciones nominales son sólo una ventaja artificial que tiende a disiparse en el tiempo a medida que los precios se ajustan al nuevo tipo de cambio. De modo que una inserción exportadora exitosa en el largo plazo no puede basarse exclusivamente en un tipo de cambio alto, sino en una competitividad genuina de los bienes locales que les permita ganar y sostener nichos del mercado internacional.

Es conveniente entonces precisar una noción más amplia de competitividad. Siguiendo la definición propuesta por el WEF (Foro Económico Mundial):

“La competitividad es el conjunto de instituciones, políticas y factores que determinan el nivel de productividad de un país y, con ello, su nivel de prosperidad y tasas de crecimiento.”

Anualmente el WEF elabora un informe de Competitividad Global en el cual presenta operativo el concepto y lo traduce en un ranking a través de una batería de indicadores relativos a la educación y salud de la población, las instituciones, la infraestructura, la estabilidad macroeconómica, la dotación tecnológica, etc. Estos indicadores se obtienen de bases globales de “datos duros”, pero fundamentalmente de encuestas a ejecutivos de firmas que operan en el país. El IAE es el socio estratégico del WEF en la Argentina y se ocupa anualmente de la recolección de esta información desde 1994 que entrega al WEF.

El índice se compone de doce dimensiones, agrupadas a su vez en tres grupos; Requisitos Básicos, Mejoradores de Eficiencia y Factores de Innovación. Cada grupo recibe una ponderación diferente según sea el estadio de desarrollo en el cual la economía se encuentra. De modo que en una economía pobre, los factores más importantes son los básicos, asociados a la estabilidad macroeconómica, la calidad de la salud y la educación primaria, la disponibilidad de infraestructura y las instituciones. Pero a medida que un país avanza en su sendero de desarrollo, los requisitos básicos se asumen como dados y crece el peso de los asociados con la eficiencia y la innovación.

En general, la Argentina no ha tenido una participación destacable en este índice desde sus comienzos. De hecho, sólo una vez logró introducirse dentro del 50% de los países más competitivos. Fue en la edición 2005-2006 del reporte, cuando se obtuvo la posición 54 sobre 117 naciones incluidas en la muestra. Desde entonces su participación ha sido mediocre. Los resultados de 2017 no han presentado una excepción al respecto si bien hubo una mejora relativa interesante. El último año, la Argentina se mantuvo relativamente mejor que en 2016, pasó de 104 a 92 sobre 144 países.

La comparación regional no favorece del todo a nuestro país. El grupo latinoamericano es liderado por Chile, cercano a la posición 30, escoltado por Panamá y Costa Rica cerca de 50 en el ranking. Detrás se sitúa Brasil. Nuestro país se sitúa lejos del podio y más bien cerca de la zona 90, próxima al grupo integrado por Venezuela, Bolivia y Ecuador.

El aspecto más importante del índice del WEF es que provee una radiografía completa en materia de competitividad, identificando debilidades y fortalezas, y haciendo recomendaciones de política para corregir las carencias. A continuación, una breve discusión de los resultados por dimensión.

A la Argentina le va muy mal en la dimensión de eficiencia en el mercado de bienes, donde obtiene resultados pobres. En efecto, sólo Bolivia, Burundi, Chad y Venezuela presentan mercados más distorsionados que los locales. La inercia de subsidios extendidos, controles de precios, presiones explícitas e implícitas, tributos distorsivos (como ingresos brutos o el impuesto al cheque), retenciones, trabas al comercio exterior. Es claro que el gobierno no puso particular empeño en esta dimensión durante el kirchnerismo. Debe agregársele también la poca efectividad de las regulaciones anti monopólicas y las dificultades que supone comenzar un negocio.

Otro aspecto de mal desempeño es el de instituciones. La Argentina quedó mal posicionada en esta dimensión, tras obtener muy malos resultados en todos los factores considerados. Asimismo quedan en evidencia la vulnerabilidad de los derechos de propiedad (134), el favoritismo en las decisiones del gobierno (137), la ineficiencia por parte del sector público (134), la ineficiencia del marco legal (137). Son señalados también la corrupción, la escasa independencia del poder judicial y la tendencia al comportamiento poco ético en el sector privado.

No mucho mejor es el grado de eficiencia en el mercado laboral. Se destacan las rigideces en la determinación de los salarios, la baja cooperación entre empleados y empresarios, las dificultades para contratar y despedir personal y la baja relación entre salarios y productividad. También en esta dimensión coexisten los problemas estructurales del país con el aporte de elementos coyunturales por parte de las administraciones recientes. Los sindicatos han sido entidades poderosas desde mediados de siglo pasado. Pero fue en este último tiempo que los costos de despido se multiplicaron y la judicialización de los conflictos se incrementó.

Que el ratio crédito a PBI sea del 14% ya debería ser evidencia suficiente para entender resultados pobres en el mercado financiero. No sólo el mercado financiero local es poco profundo, sino que sus dimensiones se han vuelto casi insignificantes desde la desaparición de las AFJPs. La capitalización bursátil local es apenas un 3,5% de la brasileña, incluso solo un 17,3% de la chilena. No es de extrañar entonces que las empresas tengan dificultades para acceder al financiamiento si se considera que además la incertidumbre desincentiva a los bancos a prestar a largo plazo.

Fortalezas de la Argentina

Pero, a pesar de todas las debilidades, el país aún cuenta con algunas fortalezas que puede explotar. La mejor posición en términos del ranking del WEF se alcanza en tamaño de mercado (24). Esto se explica por la combinación de un mercado doméstico de magnitud interesante (22) y un acceso relativamente bueno a los mercados internacionales (39). Aunque tampoco es para dormirse en los laureles. La inserción en nuevos mercados debe ser adoptada como una prioridad de la política exterior, en especial, para con aquellos emergentes de marcada complementariedad estratégica con nuestra economía.

En estabilidad macroeconómica el resultado tampoco es tan malo. El puesto 54 se alcanza en este caso gracias al mejor desempeño en materia macro a pesar de los desequilibrios fiscales aún se mantienen. Sin embargo, la excepción en este punto viene dada por la inflación. Pero para eso hace falta la suficiente disciplina por parte del gobierno para concretar medidas oportunas.

En materia de servicios públicos los resultados son mediocres, pero no tan adversos. Argentina queda bien en el factor educación superior y cerca de 60 en el de salud y educación primaria. Es cierto que estos resultados pueden parecer una sorpresa para un país que se hizo grande sobre la base de la inversión en capital humano. Pero no es menos notorio que estas políticas han venido en franco retroceso en las últimas décadas. Aún así, el país mantiene una ventaja comparativa significativa que le permite aspirar a consolidar su presencia en la producción con mayor valor agregado.

El mundo se halla inmerso en profundos cambios. El despertar de los gigantes asiáticos con sus demandas de alimentos y energías impone desafíos y amenazas para el resto de las naciones. Se trata del comienzo de una nueva etapa en el desarrollo económico global. Sólo los países que reaccionen a tiempo y ajusten sus estructuras competitivas en consecuencia podrán contarse entre los ganadores. Los que no, verán pasar el tren desde lejos. Esperemos que ese no sea el caso argentino. Esperemos que, después de tantas décadas de retraso relativo, podamos volver a subirnos al tren del progreso.